Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

LOS CONSERVADORES EN EL PODER: MIRAMÓN

Patricia Galeana


La historia oficialista, lo mismo en nuestro país que en otras naciones, se escribe desde un punto de vista maniqueo que ensalza a los vencedores y denuesta a los vencidos: se olvida de que los derrotados también son parte de la historia, y más grande es la victoria cuanto más grande es el enemigo. Por lo anterior, durante mucho tiempo el estudio de los vencidos fue postergado. Sin embargo, los pueblos maduran, los rencores se superan y se comienza a reconocer la calidad de los que perdieron. Después de más de un siglo de la guerra de Reforma y de la caída del Segundo Imperio, existe la suficiente serenidad para dedicarse a la tarea de desmitificar a los personajes históricos antes olvidados, hombres que, como diría el maestro Justo Sierra "también son mexicanos". En este sentido, el actual estudio pretende continuar el proceso desacralizador de la historia oficial.

Es de justicia iniciar nuestra charla con un recuerdo del maestro José C. Valadés, quien es considerado el historiador pionero en la revaloración de las figuras vencidas. Valadés, quien participó muy joven en el movimiento de 1910, escribió en la década de 1930 una biografía sobre Lucas Alamán que causó gran revuelo en esos años. Sin importarle que lo tildaran de conservador o de monarquista, el historiador abordó con igual rigor científico a Santa Anna, Gutiérrez de Estrada, Maximiliano y Porfirio Díaz.

Valadés explica su propósito al estudiar a estas figuras:

no por los devaneos, o sutilezas, o antimexicanidades, o absolutismos de tales hombres, se les ha de colocar en el valle del vilipendio.

La historia no es la llamada a extirpar épocas o individuos; esa tarea pertenece, en todo caso, a la política.

El fin que persigue la historiografía mexicana, para Valadés, debe ser el "ir al alcance de todas las huellas, bien superficiales, o bien profundas, de lo mexicano; porque, ¿de qué modo si no es trasponiendo los prejuicios, los embelecos y las cominerías puede encontrarse la raíz de nuestros males y la sombra de nuestros bienes?"[ 1 ]

De ahí la importancia de estudiar a estas figuras proscritas, como la de Miramón, con ojos críticos sí, pero también con la disposición de reconocer sus méritos y comprender las circunstancias en las que debió actuar. Mientras no conozcamos a estos hombres en su dimensión verdadera, no conoceremos la verdadera historia de México. La profesionalización que ha adquirido el estudio historiográfico nos obliga a seguir el camino trazado por Valadés, a fin de estudiar a aquellos hombres que, para bien o para mal, fungieron como personajes principales en la evolución de nuestra sociedad. Es tiempo de abandonar la interpretación histórica basada en lo que Valadés llamara "leyendas y tradiciones".

Siempre he creído [escribió nuestro autor] que la conciencia mexicana ha sido sustituida con leyendas y tradiciones -falsas aquéllas, insignificantes éstas-; es indispensable remover todos los valores, poniéndolos a la luz meridiana, para iniciar la preocupación por el juicio histórico. Nada se salva y sí todo se pierde si la realidad es oculta. Ningún elemento de los que componen la vida nacional, pertenezca al pasado o al presente, podrá ser comprendido si no brilla espléndidamente la verdad. Si a lo pretérito sólo se quiere dar los extremos del odio y del ditirambo, no habrá cómo formar juicios; y en tanto no hagamos juicio de nuestra historia, no estaremos en posibilidad de crear una conciencia mexicana.[ 2 ]

El México del siglo XIX se debatió entre dos fuerzas que, en apariencia divergentes, tenían muchas ideas en común: liberalismo y conservadurismo. Ambas corrientes pretendían que nuestra nación se convirtiera en un país fuerte y próspero, estable política y económicamente. En el renglón económico profesaban ideas semejantes: pretendían el establecimiento de un gobierno estable, con base en un sistema que podríamos calificar de precapitalista. Si bien los conservadores daban mayor importancia a la industrialización y los liberales a la formación de un grupo mayor de pequeños propietarios, o sea, el reparto de la propiedad corporativa. En el aspecto social, las actitudes también son parecidas, pues se da un marcado menosprecio por las clases desposeídas. Excepciones notables son Ocampo o algunos constituyentes del 57, como Arriaga o Ramírez, entre otros.[ 3 ]

Sin embargo, la división entre conservadores y liberales se polariza en lo referente a la corporación eclesiástica y a la influencia de los militares. Mientras el grupo de los liberales considera que la Iglesia obstaculiza la creación del Estado nacional, el conservador rechaza la imposición del Estado sobre las autoridades espirituales, pugnando porque los eclesiásticos no pierdan sus privilegios, en defensa de lo que podemos llamar una especie de Estado estamental o corporativo.

La fractura definitiva entre las dos tendencias se inició en 1833 y se recrudeció al triunfo de la revolución de Ayutla, que pretendía acabar con la fuerza política del clero. Las divergencias llegaron a tal punto que los representantes de las dos tendencias se enfrascaron en la guerra fratricida más crítica del siglo que nos ocupa. En esta guerra, conocida como la de los Tres Años, los dos grupos prefirieron recurrir al extranjero antes que dejarse vencer por sus opositores. Un claro ejemplo de la división a la que llegaron los mexicanos es que, a partir de 1858, tuvimos dos gobiernos: el que reconocía a la Constitución de 57 y el que consideraba que ésta no respondía a las necesidades del país.

En la lucha entre la Iglesia y el Estado, entre el sistema monárquico y el republicano, entre la tradición conservadora y el progreso liberal, se forjó la nación mexicana. En los años que corren de 1855 a 1867 se rompieron las estructuras socioeconómicas que aún subsistían desde la Colonia. El movimiento de Reforma acabó con la fuerza económica y los privilegios de la Iglesia. Se creó un Estado civil con lo cual terminó la existencia de un Estado dentro de otro Estado, pues la Iglesia perdió toda injerencia en los asuntos de gobierno. Se incorporaron los principios fundamentales del liberalismo tanto en la legislación republicana como en la monárquica. Al fracasar el Segundo Imperio, se acabaron las expectativas europeas respecto de México.

En este marco histórico surge la figura de Miguel Miramón. Sirva este trabajo para sembrar en los lectores la inquietud de ubicar a los actores de la política mexicana del siglo XIX en su verdadera dimensión.

Miguel Miramón y Tarelo nació en la ciudad de México en 1831. Desde su infancia vivió bajo la influencia del conservadurismo y del militarismo. Su padre, Bernardo Miramón, militar de carrera, de tendencia conservadora, alcanzó el grado de coronel y ocupó diversos cargos en las cortes marciales y los tribunales militares. Así, no es de extrañar que Miguel, lo mismo que su hermano Joaquín, tres años mayor, se inclinaran por la carrera militar y defendieran la causa de los conservadores, defensa que en ambos casos los llevó a la muerte.

A los catorce años, Miramón ingresó al Colegio Militar. La biografía Miramón, el caudillo conservador de Carlos-Sánchez-Navarro y Peón, aunque narrada en un tono novelado, refleja fielmente el espíritu que caracterizaba al pensamiento conservador de la época. Sánchez-Navarro nos refiere los consejos que el canónigo doctor Acevedo da al joven que se inicia en la carrera de las armas. "Mañana 10 de febrero de 1846 entrarás al Colegio Militar que será para ti la puerta por la cual penetrarás de lleno en la vida [...] ¡Hoy víspera de tu bautizo como hombre y como militar, júrame que defenderás, hasta derramar la última gota de tu sangre, a tu patria y a Dios!"[ 4 ]

Quince años más tarde se convertiría en su esposa doña Concepción Lombardo, quien consigna en sus memorias una charla con el director del Colegio Militar, quien le refirió las dotes militares del joven Miramón:

En el término de cinco años pasó todos los grados del colegio. Habiendo merecido por su buena conducta, aplicación y valor, salir de aquí al Cuerpo de Artillería. Y a fines del año fue profesor de Táctica Militar del colegio a los 22 años. Ganándose, a decir del director, el cariño y respeto de los alumnos, por ser tan apegado a la disciplina como si fuese un soldado viejo.[ 5 ]

Si bien la historia nos recuerda constantemente a un Miramón traidor, defensor del Imperio impuesto por las bayonetas extranjeras, se olvida de que él mismo, cuando contaba con quince años de edad, recibió su bautizo de fuego en la guerra del 47. Se olvidan, señala el historiador José Fuentes Mares, de que se trata del mismo que en 1847 defendió Chapultepec contra los americanos, "el único niño héroe a quien la historia convencional mancha todavía con el estigma de traidor".[ 6 ]

En 1852, Miramón obtuvo el grado de subteniente de artillería y capitán un año después. Durante la revolución de Ayutla como miembro que era del ejército combatió a los revolucionarios antisantanistas y, merced a sus victorias y triunfos en el encuentro de Temapalco al mando del batallón de California, se le concedió el grado de teniente coronel.

Al triunfo de la revolución de Ayutla, huyó a Puebla para combatir al general Ignacio Comonfort al grito de "Religión y fueros". "Con Luis Osollo, en Zacapoaxtla, hizo Miramón sus primeras armas en el arte del cuartelazo, tentación irresistible para el militar celoso de sus [privilegios] ante la embestida frontal de los liberales".[ 7 ]

Junto con otros militares conservadores, Miramón ocupó la ciudad de Puebla en enero de 1856 y por esperar refuerzos para seguir su marcha hacia México, el ejército de Comonfort les dio alcance y los derrotó, por lo que debió ocultarse. Nueve meses más tarde reapareció en Toluca al frente de ochenta o cien hombres, pero fue derrotado y herido, quedando fuera del combate por una temporada, refugiándose en casa de un simpatizante en la ciudad de México. Finalmente, fue apresado y trasladado a la prisión de la ex Acordada. En septiembre del año siguiente se evadió y ocultó en la hacienda de su amigo Raymundo Mora.

Con la idea de que la Constitución de 1857 era contraria a los principios y necesidades del país, los conservadores se levantaron en armas con el Plan de Tacubaya, que marcó el inicio de la guerra de Reforma. El 11 de enero de 1858 las guarniciones de México y Tacubaya desconocieron al presidente Ignacio Comonfort y se pronunciaron por Félix Zuloaga. Los nuevos capitanes del conservadurismo,Luis G. Osollo y Miguel Miramón, se adueñaron rápidamente de la ciudad. Al ver que no tenía posibilidades de pactar con los conservadores, Comonfort firmó un armisticio y abandonó el país rumbo a Estados Unidos. Benito Juárez huyó a Guanajuato y desde allí emitió un manifiesto a la nación comunicando que, en su calidad de presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y de acuerdo con lo dispuesto por la Constitución de 1857, asumía la presidencia de la República.

Durante esta guerra se comenzó a gestar la leyenda de Miramón, a quien se le conoció como el Joven Macabeo, "en recuerdo de Judas Macabeo, el valiente hijo de Matías, vencedor de Antíoco", el rey sirio que pretendió dominar a los judíos.[ 8 ] Con su ejército, Miramón ocupó plazas tan importantes como Guadalajara y San Luis Potosí; merced a su desempeño en la batalla de Atenquique, Jalisco, recibió el grado de general. A sus veintiséis años, Miramón era considerado un militar valeroso y respetado incluso por sus enemigos. Leonardo Márquez, en su escrito El Imperio y los imperiales, señala:

Siempre fui amigo del señor Miramón [...], lo distinguí por sus buenas cualidades. Más tarde contribuí a su engrandecimiento con las batallas de Ahualulco y San Joaquín [...] y ambas las di yo, aunque él era el general en jefe y estaba presente.[ 9 ]

Miguel Miramón contrajo matrimonio con la señorita Concepción Lombardo, quien en cierta ocasión en son de broma le había dicho: "¡[...] cuando sea usted general nos casaremos!" El matrimonio resultó benéfico para el futuro lejano de Miramón, pues gracias a su mujer podemos consultar la correspondencia del general conservador, incluida en sus Memorias. Como padrino de bodas fungió el presidente Félix Zuloaga, quien veía en Miramón al gran defensor de los conservadores.

Mientras los contrayentes celebraban su unión en Palacio, las fuerzas de Santos Degollado, general en jefe del ejército liberal, se apoderaban de Guadalajara. Meses más tarde, el 4 de diciembre de 1859, en Tepatitlán, Miramón se reunió con las fuerzas de Liceaga y Márquez para cobrar lo que consideraba una afrenta: "Estoy seguro [de] que la victoria coronará nuestros esfuerzos, y por lo mismo sólo os recuerdo que tenemos que vengar la muerte de nuestros hermanos, vilmente asesinados en Guadalajara".[ 10 ] El ejército conservador persiguió a las fuerzas de Degollado y en las Barrancas de Beltrán, cerca del pueblo de San Joaquín, les propinó una derrota. Crecía la fama del joven militar que ahora era considerado por los conservadores "el brazo armado de la Divina Providencia".

Sin embargo, Márquez se mostraba receloso de la carrera militar de Miramón.

yo tenía más años de soldado que Miramón de vida -escribió- [...] En septiembre del mismo año (1858), dimos los dos reunidos la batalla de Ahualulco, que yo gané mal que pese a Arellano -militar cercano al Macabeo- el gobierno dio a Miramón el premio que a mí me correspondía.[ 11 ]

Como consecuencia de un cuartelazo a cargo de Echegaray y Robles Pezuela, Zuloaga fue desconocido como presidente de la República ; una junta de notables, reunida en México, nombró presidente provisional a Miguel Miramón quien en una votación obtuvo 50 votos contra 46 de Robles Pezuela. Aunque el propio ex presidente instó al militar para que aceptara el cargo, Miramón comentaba a su esposa: "No la aceptaré. No quiero que el país crea que por ambición me presto a secundar esta rebelión que he desaprobado".[ 12 ]

Sin embargo, la tentación fue grande, por lo que al llegar a México, Miramón se justificó en los siguientes términos:

He venido a esta ciudad no a ocupar la primera magistratura de la república a que la revolución me llamaba. He venido a indicar al ejército el verdadero camino del honor, a hacer volver sobre sus pasos a las tropas que, sin advertirlo, orillaban a la nación al abismo. He venido a restablecer el orden legal, a restituir el poder a manos de la persona electa conforme a un plan político verdaderamente nacional [...]. Hoy este alto funcionario me nombra presidente sustituido de la república, me entrega las riendas del gobierno y yo las tomo y me encargo del mandato supremo durante los muy breves días que permaneceré en la capital [...] acepto porque mi anhelo es ser útil a la patria.[ 13 ]

Miramón ocupó la presidencia del 2 de febrero de 1859 al 13 de agosto de 1860 como presidente sustituto, y del 15 de agosto al 24 de diciembre de 1860 como presidente interino. José Ignacio Pavón, presidente de la Suprema Corte, se hizo cargo de ella sólo dos días para que fuera electo por la Junta de Representantes. Posteriormente, en junio de 1863, la intervención francesa estableció una Regencia que antecedió al Segundo Imperio.

Miramón, decidido a dar el triunfo a su partido, emprendió una campaña para terminar con el baluarte constitucionalista y apresar al presidente Juárez que estaba en Veracruz. Santos Degollado, previendo la inminente derrota de los liberales, reunió a varios grupos de rebeldes y cayó sobre la ciudad de México con el propósito de distraer la atención de los conservadores. Aunque Miramón había afirmado que seguiría con sus intentos para ocupar Veracruz, emprendió la retirada para acudir en auxilio de la capital.

Terminado el encuentro, los dos jefes Miramón y Márquez recorrieron las calles de la capital y su satisfacción fue tan grande que ni por asomo advirtieron que acababan de perder la guerra de Reforma. Era el 11 de abril cuando, cuatro días después de que en Veracruz, librada del amago conservador, el gobierno de los Estados Unidos reconociera al de don Benito Juárez como único gobierno de México.[ 14 ]

Tanto los conservadores como los liberales, desesperados por la lucha, perdían la confianza en su pueblo: ahora las soluciones se buscaban en el extranjero. De este modo, para contrarrestar el reconocimiento de los estadounidenses al gobierno de Juárez, Miramón promovió el auxilio de una potencia extranjera y reanudó relaciones con España. Bajo su mandato se firmó el Tratado Mon-Almonte el 29 de septiembre de 1859.

Lo cierto es que conservadores y liberales coincidieron una vez más. Buscaron en el exterior la solución de sus problemas. Conviene aquí citar a José Fuentes Mares, por ser él uno de los pocos que han tratado de justificar la decisión de Miramón, al buscar el reconocimiento de su gobierno por parte de España.

No será más exacto -dice el historiador- reconocer que si don Benito Juárez veía en los lazos de Miramón con España un peligro para la Reforma, Miramón, a su vez, advirtiera en la liga de don Benito con Estados Unidos un riesgo no sólo para la Contrarreforma sino también para la patria: ¿por qué no admitir que si Juárez hallaba en el Tratado Mon-Almonte la amenaza de un protectorado al estilo colonial, Miramón, en su turno, sospechara en el reconocimiento diplomático de los Estados Unidos -no suscrito todavía el Tratado Mc Lane-Ocampo-, la acechanza muy clara de un protectorado americano?[ 15 ]

Lo cierto es que ambos bandos acudieron a apoyos externos, y sólo uno de ellos resultó ganador.

Mucho más objetivo -concluye Fuentes Mares- sería reconocer que cada uno de los partidos en pugna buscaba asideros extranjeros para imponerse en definitiva, y que mientras el apoyo español a Miramón quedó en nada, cuajó sin embargo el que los Estados Unidos proporcionaron a Juárez.[ 16 ]

El breve régimen presidencial de Miramón se caracterizó por destacar más el aspecto administrativo que el político. En su programa de gobierno, contenido en el manifiesto del 12 de julio de 1859, el presidente sustituto pretendió

reducir el número de empleados y el de generales y oficiales que gravaban el presupuesto sin provecho para el país [...], crear un impuesto en lugar de muchos [...] hacer la justicia de los tribunales pronta y expedita; mejorar la educación pública mediante la adopción de un sistema "más adelante del actual" y buscar un arreglo con la Iglesia, para aniquilar el germen de la discordia que nació "de los intereses creados como consecuencia de la funesta ley del 25 de junio de 1856" -refiriéndose a la Ley Lerdo de desamortización de los bienes del clero- [...] y, por último, en materia internacional, conservar las más estrechas relaciones con las naciones europeas, sin olvidar que las "tradiciones de la república" exigen mantenerse vigilantes "respecto de la política de la Unión Americana, cuyos últimos actos oficiales deben alarmarnos muy seriamente".[ 17 ]

"Según Miramón, México requería una dictadura como único medio de reorganizar la sociedad y prepararse para una Constitución duradera".[ 18 ] El presidente conservador expresa en su manifiesto el principio que posteriormente pondrá en práctica la dictadura porfirista de poca política y mucha administración:

bajo los diversos sistemas que han regido en el país, se ha perpetuado una malísima organización administrativa; nuestros gobiernos, ocupados de gestiones de la más alta política, apenas han fijado su vista en la administración, sino para cambiar el personal de los empleados, atendiendo en lo general, no a la aptitud, sino a los méritos contraídos en los trabajos revolucionarios de que los mismos gobiernos emanaran. ¿Qué debemos inferir de ahí? Antes lo he dicho, una verdad importante, que los males de México no están en la política, sino en la administración; que no es la época de resolver las cuestiones políticas, sino de solucionar las cuestiones administrativas.[ 19 ]

A la par que Miramón proclama su programa de gobierno, Benito Juárez promulga sus Leyes de Reforma que, en tanto que el manifiesto de Miramón planteaba soluciones de forma a los problemas de México, las Leyes de Reforma atacaban el problema de fondo. Miramón ofrecía soluciones a corto plazo, Juárez de largo alcance. Nuevamente, "como frente a Veracruz meses antes, el Macabeo sacrificaba lo definitivo en aras de lo intrascendente".[ 20 ] Tal vez por la inexperiencia de su juventud.

Si bien las Leyes de Reforma no solucionaron los problemas económicos de la guerra, sí dejaron satisfechas las demandas del grupo liberal puro, representado por Miguel Lerdo de Tejada y los guerrilleros radicales, llamados chinacos[ 21 ] y sentaron las bases para constituir el Estado nacional.

La batalla de la Estancia de las Vacas, Guanajuato, en noviembre de 1859, fue la última gran victoria del militar conservador. A pesar de que las fuerzas de Santos Degollado duplicaban en número a las de Miramón, los conservadores obtuvieron el triunfo. En esta ocasión Miramón escribe a su esposa: "La Providencia quiso que se cumplieran mis pronósticos. Por desgracia no pueden adquirirse estas victorias sin que la sangre de los mexicanos se derrame".[ 22 ]

En 1860 buscó Miramón tomar nuevamente Veracruz, partiendo de la ciudad de México el 8 de febrero. Antes de iniciarse las hostilidades, trató de llegar a un arreglo pacífico, que fue negado terminantemente por los liberales. Miramón intentó el ataque por mar y por tierra, con dos vapores adquiridos en La Habana, pero las embarcaciones fueron detenidas por buques estadounidenses en Antón Lizardo, acusados de piratería por el gobierno de Juárez. En estas condiciones, el ejército conservador no pudo tomar la plaza y Miramón vio esfumarse nuevamente la posibilidad de acabar con el gobierno liberal constitucionalista. "Hubo una ola de ataques contra el gobierno de Juárez, acusándolo de traición por haber aceptado la intervención extranjera. El gobierno conservador protestó ante el gobierno de Estados Unidos; éste declaró que los jefes de la escuadrilla norteamericana, el comandante Turner y el capitán Jennis, habían actuado por cuenta propia".[ 23 ]

Ante la derrota sufrida en Veracruz, la propia señora Miramón advierte que la buena fortuna del Joven Macabeo comienza a declinar, por lo que apunta en sus Memorias : "en los primeros meses de aquel año se comenzó a nublar el horizonte y a opacar la brillante estrella del vencedor de Colima, hasta que se ocultó en el ocaso".[ 24 ]

Zuloaga advirtió en la derrota del presidente sustituto la oportunidad de recuperar su puesto y publicó un manifiesto en que dio a conocer su propósito. Pero Miramón se le adelantó y lo tomó bajo su custodia el 9 de mayo y con él partió rumbo a Guadalajara. "Voy a enseñarle cómo se ganan las presidencias", le dijo frente a su Estado Mayor.[ 25 ] Durante la campaña militar, Zuloaga logró escapar, pero Miramón no consideró peligrosa esta fuga. "Creo -comentó- que se ha presentado la brillante oportunidad de eliminarlo de la escena política, o mejor dicho, que volverá a la nulidad de la que nunca debió salir".[ 26 ] González Ortega derrotó a Miramón en Silao, y nuevamente se enfrentaron en Miguel Calpulalpan en una proporción desnivelada: ocho mil hombres constituían el ejército conservador, mientras que las fuerzas liberales sumaban cerca de veinte mil efectivos. Miramón, todavía confiado en su buena estrella y recordando su sonada victoria contra Santos Degollado en Guanajuato el año anterior, se mostraba optimista. En dos horas se decidió la batalla. Las fuerzas de González Ortega propinaron otra derrota a los conservadores y obligaron a Miramón a huir hacia La Habana, ayudado por el representante de Francia, Dubois de Saligny.

De La Habana, Miguel Miramón partió con su familia rumbo a Nueva York, donde permaneció por algún tiempo. El 26 de abril llegaron a París y, dos meses más tarde, en Roma, el papa Pío IX los recibió como hijos predilectos y condecoró al militar por su devoción a la causa de la Iglesia. Ya en Europa se gestaban entonces las medidas tendientes a establecer el Segundo Imperio, por lo que al recibirlo en audiencia, Napoleón expresó a Miramón: "Es una pena, que un país tan hermoso viva en constante anarquía. Por eso, y para extenderle una mano amiga, se han aliado las principales potencias europeas".[ 27 ]

El banquero Jecker propuso a Miramón que colaborara con su espada y su prestigio al establecimiento del imperio. Según relata Concepción Lombardo, la propuesta causó indignación en su marido, quien le comentó: "Me han tomado por un miserable y por un bellaco; me han venido a proponer que vaya a México con las tropas francesas y me han ofrecido una fuerte suma de dinero si acepto, pero no iré en esas condiciones; dije al duque de Morny -el medio hermano de Napoleón- que prefería morir de hambre en el extranjero, que hacer ese odioso papel".[ 28 ]

En el viejo continente existía la firme creencia de que sólo se pacificaría este país con la intervención extranjera. "Se consideraba que los mexicanos no estábamos capacitados para corregir los males que acongojaban a la nación, era la idea que habían propalado los agentes diplomáticos acreditados en México".[ 29 ]

El sistema monárquico no se había desarraigado del territorio nacional, tenía hondas raíces en trescientos años de dominación de la monarquía española. Como atinadamente ha señalado el historiador Edmundo O'Gorman, la idea de monarquía, a pesar del fracaso del primer imperio, se mantuvo latente, "agazapada" tras la república central durante todo el periodo que transcurrió entre el primero y el segundo imperio. Hubo un sinnúmero de proyectos monárquicos tanto en México como en el extranjero. Desde el Plan de Chicontla de Epigmenio Piedra, que pretendía restablecer a la monarquía azteca, hasta los proyectos españoles y franceses. De los primeros, el doctor Martínez Báez[ 30 ] ha realizado luminosos estudios y los segundos se encuentran referidos en los Apuntes para la historia del Segundo Imperio de Francisco de Paula Arrangoiz.[ 31 ]

El grupo conservador, tradicional enemigo de todo cambio y que ha existido en las sociedades de todos los tiempos, encontró una justificación para el primer fracaso del sistema monárquico: Iturbide fue un advenedizo que carecía de los atributos de un verdadero príncipe; no había nacido para gobernador de los pueblos, ni se había formado para consumar esa difícil tarea. Por eso había que establecer una monarquía de verdad, con un auténtico príncipe, y como aquí no lo había, era necesario importarlo de Europa.

Con la llegada de Maximiliano, los conservadores creían ver la salvación. Aun el propio Miramón, quien se había negado a prestar su espada a la causa de los invasores, en el exilio dudaba de qué partido tomar, pues sentía que, en ese momento, estaba tan lejos de Juárez como de Maximiliano y más alejado todavía de los mexicanos que le hacían el juego a Napoleón.[ 32 ] Entonces decidió regresar al país, pero en Veracruz fue apresado y enviado a La Habana ; en agosto de 1862 volvió a Nueva York pero, por dificultársele en esta ciudad recibir noticias sobre los acontecimientos que se desarrollaban en México, retornó a La Habana y mandó a doña Concha y a sus hijos a México.

Cuando los franceses cayeron sobre la ciudad de Puebla, un año después de la vigorosa defensa del general Ignacio Zaragoza, Miramón dio muestras de patriotismo en una misiva a su esposa. "La noticia de la pérdida de Puebla -escribe el militar- me costó una indisposición [...] no puedo prescindir del sentimiento patrio. Ortega y el Ejército de Oriente han dejado bien puesto el honor de las armas nacionales".[ 33 ]

La situación del país lo mantenía indeciso, sin saber qué hacer. "Ora sentíase tentado a dejar caer su espada al lado de Juárez, ora retrocedía, avergonzado de su debilidad", escribe Fuentes Mares, y luego afirma, aunque "el problema -su problema- no cambiaba: por un lado el destino de la nación, su propia visión del destino de la misma, y por el otro, su inquina 'contra los bandidos que existen en el poder'".[ 34 ]

Ante esta situación, su mujer afirmaría en sus Memorias:

Abandonado de sus amigos conservadores, odiado por Juárez que le había cerrado las puertas de su patria, y mal visto por los franceses a quienes había negado su apoyo, sólo Dios lo podía sacar de tan peligrosa y difícil situación.[ 35 ]

Finalmente, Miramón decidió ponerse al servicio del general Forey, y se lo hizo saber en una carta en que puntualiza sus "convicciones respecto de la intervención notable y generosa de Francia, que ha querido auxiliar -textual- a mi verdadera patria para que, libre de la coacción de los partidos, elija la forma de gobierno que estime más conveniente".[ 36 ]

La intervención y el imperio aceptaron con reservas la espada de Miramón. Se le encomendó en agosto de 1863 la tarea de formar un ejército en Querétaro. Difícil empresa, si se considera que contaba únicamente con doscientos soldados y trescientos oficiales sin armas ni ropa adecuada. El mariscal Francisco Aquiles Bazaine temía que los militares mexicanos, una vez organizados, se volvieran contra los franceses. Además el mariscal francés siempre menospreció a los militares nacionales, así como a los mexicanos en general.

Hubo una pugna constante entre Bazaine y Miramón que hizo crisis cuando el mariscal ordenó al militar mexicano, que entonces buscaba organizar sus fuerzas en Guadalajara, ponerse bajo las órdenes del coronel francés al mando de la plaza. Y es que en los Tratados de Miramar, que sellaron el compromiso entre Napoleón III y Maximiliano para el establecimiento del imperio de México, se estableció entre otras cosas, que los militares mexicanos estarían bajo las órdenes de los franceses, así fueran de menor jerarquía. El orgullo y la dignidad impedían a Miramón aceptar semejante medida, el héroe de la Estancia de las Vacas no podía concebir dicha situación y en repetidas ocasiones le pidió a Bazaine que reconsiderara sus disposiciones. Finalmente le permitieron que regresara a la ciudad de México.

El 12 de junio de 1864 también llegaron a la ciudad de México Maximiliano y Carlota. A los pocos días de instalarse, los emperadores invitaron a los Miramón a una fiesta en Palacio. No obstante, la ideología liberal de Maximiliano era incompatible con las ideas conservadoras de Miramón, por lo que cuatro meses más tarde, el emperador lo alejó lo más posible de México. El ministro de Guerra del Imperio le dio instrucciones para que partiera a Berlín, con el pretexto de estudiar tácticas de artillería. Igual medida se tomó con Márquez, quien fue designado como representante del imperio en Constantinopla, Bazaine logró su objetivo, alejar a los militares conservadores que él consideraba peligrosos para la intervención.

Abandonado por el imperio, con un salario bajísimo y en un país extraño, Miramón se sentía cada vez más inclinado a luchar contra los intervencionistas. Así, desde Berlín, confiaba a su esposa su propósito:

Es muy cierto que voy a comenzar una lucha terrible, tal vez más terrible que la que he sostenido por diez años, pero también más gloriosa; entonces peleaba por mi institución, el ejército, ahora lo haré por la libertad de mi patria, por arrojar a los extranjeros de su seno, por la república [...]. Pudiera suceder que sucumbiese, pero moriría tranquilo supuesto que una causa santa me ha obligado a levantar el estandarte de la república.[ 37 ]

Catorce días más tarde, aunque aún indignado, le informa a su mujer su disposición de seguir con el imperio, siempre y cuando se cumpliera su pretensión de ser ministro. Le pedía que previniera "a todos aquellos buenos amigos para que por todas partes" levantaran "sus fuerzas y proclamaran su nombre como su jefe militar".[ 38 ]

En el curso de 1866 la intervención francesa empezó a perder fuerza y los liberales comenzaron a recuperar terreno. En enero de ese año llegó a México el barón de Saillard, enviado de Napoleón para arreglar con Maximiliano el retiro de las tropas francesas. Napoleón había anunciado que la monarquía mexicana se consolidaba y que retiraría el ejército francés. El emperador de Francia tenía numerosas y considerables razones para hacer regresar a sus tropas: el altísimo costo de la expedición que aún no redituaba ningún provecho a Francia, las presiones internas contra la aventura imperial, la posición de Estados Unidos contraria a toda intervención europea en América y, finalmente, lo que fue decisivo, el peligro de una guerra europea provocada por el creciente poderío prusiano.

La Unión Americana, que protestó contra la intervención francesa en México por considerar inaceptable que se hubiera invadido el territorio de una república americana, negó rotundamente su reconocimiento al imperio. En los tratados secretos de Miramar, Napoleón se había comprometido a no retirar el apoyo militar al imperio hasta que éste estuviera totalmente consolidado; por ello, Maximiliano exigió primero, y suplicó después, por todos los conductos posibles, que el ejército francés permaneciera más tiempo en México.

Hombre visionario, a sólo unos días de haberse firmado los Tratados de Miramar, don José María Iglesias, en las Revistas Históricas sobre la Intervención Francesa en México, predijo las causas por las que fracasaría el imperio de Maximiliano. Una guerra europea obligaría a Francia a retirar sus tropas de México; el imperio mexicano no podría sostener la onerosa ayuda de los franceses; el mando bicéfalo del ejército generaría problemas internos que obstaculizarían su organización y la resistencia republicana no permitiría que éste se estableciera.[ 39 ]

Abandonado por Napoleón, Maximiliano intentó organizar al ejército imperial que el mariscal Bazaine le había impedido. En un intento desesperado por salvar su imperio, claudicó de la política liberal e incorporó a los generales conservadores que antes había alejado del país. Fortificó las pocas plazas que le quedaban al imperio, ya que cada población desalojada por los franceses iba siendo ocupada por las fuerzas republicanas. Dividió su ejército en tres cuerpos, al mando de Miramón, Márquez y Mejía, respectivamente. Reformó la ley que condenaba con la pena capital a los republicanos que estuvieran en armas, así como a sus partidarios, dejando únicamente la sanción para delitos puramente militares.

Miramón tomó Zacatecas. Pero, el 2 de febrero de 1867, en San Jacinto, Mariano Escobedo destrozó al cuerpo del ejército imperial al mando de Miramón; tomó prisionero a su hermano Joaquín y junto con otros militares franceses fue pasado por las armas. Derrotado, el Joven Macabeo regresó a Querétaro con una quincena de hombres. Nuevamente Juárez escapaba de las armas de los conservadores. Se iniciaba el fin inminente del Segundo Imperio.

Para la república el panorama se había aclarado. Ante la retirada de los franceses, las fuerzas republicanas tomaron las plazas de Durango, Guadalajara, Zacatecas y San Luis Potosí, en esta última Juárez estableció su gobierno. El ejército imperial -con diez mil hombres y el propio Maximiliano al frente, Márquez en el Estado Mayor, Miramón como jefe de la Infantería y Tomás Mejía al frente de la Caballería- haría frente al avance republicano en Querétaro, atendiendo al proyecto de Miramón y no al de Márquez, que pensó que sería mejor resistir en la ciudad de México.

Justo Sierra hace un severo juicio del joven general conservador:

Miramón se manifestó en sus diversas campañas carente de toda idea militar. Sus acciones eran brillantes y estériles coronelas, muy aplaudidas, pero muy pobres, de alta y aun de mediana estrategia. Con toda su fortuna, su audacia, su popularidad y la impopularidad de Márquez, aun en su mismo partido, porque este general no tenía condiciones políticas para ser caudillo, dieron el primer lugar a Miramón. En Querétaro, puestos ambos jefes ante una autoridad que los nivelara políticamente, tendió necesariamente a prevalecer el de mayor mérito militar que era Márquez. El amargo despecho de Miramón recobró enérgicamente y determinó la catástrofe.[ 40 ]

Y más adelante, el mismo historiador pone en entredicho el plan elaborado por Miramón para resistir en Querétaro:

quedarse en una plaza doblemente cercada por una cadena de montañas y por un ejército numéricamente muy superior; atacar a este ejército y, en el caso más probable, casi seguro, de verse obligados a retirarse, hacerlo precisamente al interior de esa plaza maldita, cerrada, tumba de todos los defensores del imperio. Había una finalidad de verdadero soldado en ese programa que sólo contenía la presuntuosa certidumbre de aniquilar completamente a quince mil hombres que diariamente aumentaban hasta pasar pronto a veinticinco mil [...]. Sin embargo, éste fue el plan adoptado cuando ya se sabía que Juárez no aceptaría ningún acomodo.[ 41 ]

A pesar de que todo apuntaba al triunfo de los liberales, el 8 de marzo Miramón mantenía las esperanzas, o por lo menos así se lo hacía saber a su esposa, seguramente para tranquilizarla.

Hace tres días que estamos esperando ser atacados, el enemigo se movió sobre nosotros; yo fui de opinión de batir primero a unos y después a otros, pero no se quiso y hoy están ya reunidos, hay sin embargo una gran ventaja; apoyada la posición que tomé en la mañana del miércoles, he tenido tiempo de fortificarla y está hoy hecha un pequeño Sabastopol, de un momento a otro seremos, como te digo, atacados, pero no temas por el éxito, que estoy seguro será favorable.[ 42 ]

Justo Sierra relata, en Juárez, su obra y su tiempo, la situación que guardaban los monarquistas:

Cada día se hizo menos probable la salida de los sitiados. Miramón emprendía frecuentes operaciones con su habitual rigor, pero también con su habitual impremeditación [...]. Estos choques costaban mucha sangre y exaltaban el entusiasmo de los combatientes; pero no podían ser interminablemente favorables en la moral del ejército sitiado.[ 43 ]

En un esfuerzo por resistir los embates del ejército constitucionalista, Maximiliano decidió nombrar lugarteniente del imperio a Márquez, quien partió hacia la ciudad de México en busca de refuerzos y provisiones. Mientras tanto los republicanos, al mando de Porfirio Díaz, tomaron Puebla. Márquez decidió ir a combatirlos, pero fue derrotado, lo cual le impidió proveer de pertrechos a los sitiados de Querétaro. Se ha hablado mucho de una supuesta traición de Márquez por no regresar a la plaza queretana, lo que a juicio de Sierra "es un fabulón originado por el prurito calumniador de Maximiliano, amplificado fantásticamente por los aduladores de Miramón y aceptado por la necesidad que tiene el vulgo de explicar con causas maravillosas los hechos más naturales".[ 44 ]

El 19 de marzo, Miramón aparentaba conservar las esperanzas de salir airoso de Querétaro, pues le comunicaba a doña Concha: "muy pronto te participaré nuestro triunfo, si como espero se adopta un plan que yo he presentado, si no se adopta, corremos el gran riesgo de morir de consunción, lo cual yo peleo para evitarlo".[ 45 ] Pero el riesgo se corría ya, a pasos agigantados. En palabras de Sierra,

el hambre comenzaba a tender sobre la ciudad un crespón de fiebre y de terrores. Moría de gangrena el herido; moría de enfermedad el que salía indemne del combate. La muerte comenzaba a ser artera, y esto enloquecía a los combatientes, que no temen cuando se presenta con estrépito y embriaguez [...]. Había en el ambiente la desconfianza de los egoísmos que se desencadenaban a la hora del peligro supremo.[ 46 ]

Al darse cuenta de que Márquez no regresaría a Querétaro, se perdieron todas las esperanzas de mantener la plaza por lo que, a sugerencia de Miramón, Maximiliano decidió romper el cerco, a pesar de que Mejía y Méndez sostenían que lo más conveniente era la capitulación. Sin embargo, la medida no pudo concretarse, pues horas antes del momento convenido para el ataque, el coronel Miguel López entregó el convento de la Cruz a los republicanos, sitio estratégico para la toma de Querétaro. Momentos después, el general Mariano Escobedo tomaba prisionero al emperador Maximiliano, lo mismo que a los militares de alto rango que lo acompañaron hasta el último momento. El 21 de abril se expidió la orden para que Maximiliano, Miramón y Mejía fueran juzgados de acuerdo con la ley del 25 de enero de 1862, que condenaba a muerte a todo aquel que atentara contra la independencia nacional. Para Maximilano, la ciudad de Querétaro iba a convertirse en "la tumba de sus sueños".[ 47 ]

La prensa y la diplomacia europeas hacían lo posible por salvar la vida del emperador derrotado, pero Juárez se mostraba inflexible. Maximiliano era acusado, entre otras cosas, de haber usurpado la soberanía de México y atentado contra su independencia; asimismo, se le encontraba culpable de haber dispuesto de la vida, los derechos y los intereses de los mexicanos. Los generales del imperio, por su parte, merecían la pena de muerte ya que, dice el documento que los juzgó, "los dos tenían desde antes grave responsabilidad por haber sostenido durante muchos años la guerra civil, sin detenerse ante los actos más culpables, y siendo siempre un obstáculo y una constante amenaza contra la paz y la consolidación de la república".[ 48 ]

Miramón veía con resignación el momento en que sería ejecutado. En su última carta a su esposa, el militar que entonces tenía treinta y cinco años, se despide de ella y le pide que le quite a su hijo Miguel toda idea de venganza.

Son las ocho de la noche -le refiere Miramón-, todas las puertas están cerradas, menos la del cielo; estoy resignado y sólo por ti, vida mía, siento el abandonar este mundo [...]. Ruégote tengas resignación, te cuides para la educación y colocación de los niños [...] y que pienses algunas veces en quien tanto te ha hecho sufrir, pero que mucho te ha amado.[ 49 ]

Un día antes de la ejecución, Maximiliano envió a Juárez un mensaje en que solicitaba la absolución para Miramón y Mejía. "Desearía [escribió] se concediera conservar la vida a don Miguel Miramón y a don Tomás Mejía, que anteayer sufrieron todas las torturas y amarguras de la muerte, y que, como manifesté al ser hecho prisionero, yo fuera la única víctima".[ 50 ] Pero la decisión estaba tomada y ya nada pudo cambiarla.

Al llegar al Cerro de las Campanas, Maximiliano cedió a Miramón su lugar, diciéndole:

General, un valiente debe ser admirado hasta por los monarcas; antes de morir, quiero cederos el lugar de honor. Este último, antes de caer fusilado, exclamó: "Mexicanos, mis defensores trataron de salvar mi vida en el consejo de guerra; aquí, próximo a perderla, y cuando voy a comparecer en la presencia de Dios, protesto contra la acusación de traidor que se me ha lanzado al rostro para cubrir mi ejecución. Muero inocente de este crimen, con la esperanza de que Dios me perdonará y de que mis compatriotas apartarán de mis hijos tan vil mentira, haciéndome justicia. Mexicanos, ¡Viva México!"[ 51 ]

Al cumplirse la orden de ejecución, se cerraba definitivamente el segundo intento de establecer un imperio en nuestro país. Todo sucedió en un instante, como para cortar de tajo esos años de angustias e inseguridades. Refiere don José C. Valadés: "Rápidamente, el comandante de los pelotones dio las órdenes de preparar armas. Segundos después, Miramón rodó herido como un rayo. Mejía levantó y agitó los brazos. El príncipe cayó sobre una de las cruces".[ 52 ] Sánchez-Navarro, por su parte, hace una analogía entre Miramón y Cristo, al afirmar que el primero mientras recibía los impactos de las balas, dijo: "Madre santísima, te pido que tu Hijo perdone mis pecados, como yo perdono a los que van a sacrificarme".[ 53 ]

Con el fin del imperio, asegura el maestro Sierra, Juárez "podía esperar tranquilamente la voz del sufragio que le entregara, con el poder supremo, los medios para proceder sin tardanzas a la reorganización de un pueblo que suspiraba por la paz".[ 54 ]

Los restos de Miramón fueron inhumados en el Panteón de San Fernando el 18 de julio de 1867. Quiso el destino que el presidente Juárez, fallecido en ese mismo día, pero cinco años después, fuera enterrado junto a Miramón. Veintinueve años más tarde, al regresar su esposa a México reparó en esta cercanía y realizó las gestiones para que los restos de su marido fuesen trasladados a la catedral de Puebla.

Muchas conjeturas pueden hacerse sobre las circunstancias que movieron la vida militar y política de Miramón. Algunos lo tachan de estratega malogrado, mientras que otros, más exaltados, lo llaman el "brazo armado de la Divina Providencia" o el "campeón de Dios". Sin embargo, hasta los más acérrimos críticos del conservadurismo reconocen su arrojo; el mismo Santos Degollado lo calificó de "joven temerario" cuando intentó tomar Veracruz por primera vez.

En el Libro secreto de Maximiliano su ficha es comprometedora, se reconoce su inteligencia pero se lo acusa de haber dado un golpe de Estado contra Zuloaga, y lo más duro, se lo considera poco escrupuloso en materia económica, acusándolo de malversación de fondos en las campañas contra Veracruz y durante su gestión presidencial, en connivencia con su secretario de Hacienda, notas seguramente escritas por Éloin.[ 55 ] Sin embargo, en la correspondencia con su esposa no se ve que tuviera gran fortuna, sino lo contrario. Claro está que hay que recordar que doña Concepción es la viuda por antonomasia, a quien, al decir de don Felipe Teixidor, "se le murió para siempre el corazón en el pecho", y obviamente escribe con una profunda herida para ensalzar a su marido.

De acuerdo con Fuentes Mares, podemos afirmar que en Miramón campeó la duda constantemente. Al vivir en el exilio, rechazó el ofrecimiento de poner su espada en nombre de las causas imperialistas, pero más tarde abandonó esta actitud y regresó a México para ponerse a las órdenes del general Forey. Cuando Maximiliano lo mandó a Berlín, nuevamente manejó la idea de enfrentarse al emperador y luchar por la liberación de su país, si éste no consentía en sus proposiciones. Y al final, lo vemos decidido a ofrecer su vida por el emperador que, a instancias del mariscal Bazaine, le había mandado al exilio.

Sin duda la indecisión fue producto en buena parte de la época que le tocó vivir, así como de su ambición. A pesar de todo no puede dejar de reconocerse que fue un militar de valor y que, contra lo que digan sus detractores, se mostró siempre fiel a sus ideas, aunque éstas adoptaban cambios en el terreno político, no así en la defensa de su corporación, de su religión y de su patria, en este orden.

En sus cambios encontramos una constante: le interesaba participar en el destino de su país y siempre tuvo un gran rencor contra los liberales. Ese era su credo y a éste servía su espada. Tenía más vocación militar que política. Disociaba los aspectos económicos y sociales de los políticos.

Su defensor, don Ignacio Jáuregui, trató de probar que no había sido cómplice de Maximiliano en la intervención sino en la guerra, y que, por tanto, su delito era político y no de traición a la patria. Tal vez, de haber triunfado los monarquistas, los reformistas habrían sido condenados como traidores por sus relaciones con Estados Unidos. En su época, después de una guerra sangrienta con ocupación extranjera, estas actitudes se explican y entienden. En nuestros días son inadmisibles. El tener un distinto proyecto político no implica ser traidor a la patria. En todo caso hay que señalar que el propio sentimiento nacional para los conservadores estaba aún por debajo del de la religión. La conciencia nacional del pueblo mexicano maduró precisamente en estos años.

Lo que es un hecho es que Miguel Miramón murió con honor, aunque hubo de ser ayudado a subir al Cerro de las Campanas por haberse desmayado, hecho perfectamente comprensible en esos momentos.[ 56 ] Su actitud nos hace recordar las palabras de su biógrafo, José Fuentes Mares, y que bien podrían figurar en su epitafio: "Para Miramón no brillará más la estrella de los vencedores, aunque sí alcanzará todavía la de los vencidos".[ 57 ]

[ 1 ] José C. Valadés, El porfirismo, historia de un régimen. El crecimiento, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1977, p. XXIV.

[ 2 ] José C. Valadés, Confesiones de un subteniente en política, México, inédito, p. 175-176.

[ 3 ] Para un estudio más profundo sobre el tema, me permito recomendar la obra México el trauma de su historia de Edmundo O'Gorman, que tiene un magnífico cuadro comparativo entre las convergencias y divergencias de uno y otro grupo.

[ 4 ] Carlos Sánchez-Navarro y Peón, Miramón, el caudillo conservador, México, Jus, 1945, p. 18.

[ 5 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 55.

[ 6 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 11.

[ 7 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 18.

[ 8 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 25.

[ 9 ] Leonardo Márquez, Manifiestos (El Imperio y los imperiales), México, F. Vázquez, 1904, p. 69.

[ 10 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 37.

[ 11 ] Leonardo Márquez, Manifiestos (El Imperio y los imperiales), México, F. Vázquez, 1904, p. 126.

[ 12 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 39.

[ 13 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 43.

[ 14 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 48.

[ 15 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 64.

[ 16 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 64-65.

[ 17 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 878 y 881.

[ 18 ] Robert J. Knowlton, Los bienes del clero y la Reforma Mexicana, 1856-1910. México, Fondo de Cultura Económica, 1985, p. 103.

[ 19 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 876.

[ 20 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 68.

[ 21 ] Patricia Galeana de Valadés, "Guerra sin cuartel", en México y su Historia. 1855-1867, México, UTHEA, 1984, t. 7, p. 910.

[ 22 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 718 y 719.

[ 23 ] Patricia Galeana de Valadés, "Guerra sin cuartel", en México y su Historia. 1855-1867, México, UTHEA, 1984, t. 7, p. 915.

[ 24 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 254.

[ 25 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 92.

[ 26 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 282.

[ 27 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 400.

[ 28 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 406.

[ 29 ] José C. Valadés, Maximiliano y Carlota en México. Historia del Segundo Imperio, México, Diana, 1977, p. 18.

[ 30 ] Conferencia de Antonio Martínez Báez, en Condumex, 1983.

[ 31 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Apuntes para la historia del Segundo Imperio Mexicano, Madrid, M. Rivadeneyra, 1869.

[ 32 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 113.

[ 33 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 769.

[ 34 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 765.

[ 35 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 455.

[ 36 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 128.

[ 37 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 826.

[ 38 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 826.

[ 39 ] José María Iglesias, Revistas históricas sobre la Intervención Francesa en México, México, Porrúa, 1966, p. 492-495.

[ 40 ] Justo Sierra, Juárez, su obra y su tiempo, México, Editorial del Valle de México, 1976, p. 460.

[ 41 ] Justo Sierra, Juárez, su obra y su tiempo, México, Editorial del Valle de México, 1976, p. 460.

[ 42 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 870.

[ 43 ] Justo Sierra, Juárez, su obra y su tiempo, México, Editorial del Valle de México, 1976, p. 463.

[ 44 ] Justo Sierra, Juárez, su obra y su tiempo, México, Editorial del Valle de México, 1976, p. 462.

[ 45 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 871.

[ 46 ] Justo Sierra, Juárez, su obra y su tiempo, México, Editorial del Valle de México, 1976, p. 465-466.

[ 47 ] Martín Quirarte, Visión panorámica de la historia de México, México, Libros de México, 1975, p. 211.

[ 48 ] Justo Sierra, Juárez, su obra y su tiempo, México, Editorial del Valle de México, 1976, p. 473.

[ 49 ] Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1980, p. 474.

[ 50 ] Carlos Sánchez-Navarro y Peón, Miramón, el caudillo conservador, México, Jus, 1945, p. 279.

[ 51 ] Carlos Sánchez-Navarro y Peón, Miramón, el caudillo conservador, México, Jus, 1945, p. 286.

[ 52 ] José C. Valadés, Maximiliano y Carlota en México. Historia del Segundo Imperio, México, Diana, 1977, p. 270.

[ 53 ] Carlos Sánchez-Navarro y Peón, Miramón, el caudillo conservador, México, Jus, 1945, p. 286.

[ 54 ] Justo Sierra, Juárez, su obra y su tiempo, México, Editorial del Valle de México, 1976, p. 473.

[ 55 ] Maximiliano, Los traidores pintados por sí mismos. Libro secreto de Maximiliano, México, Imprenta de Eduardo Dublán, 1900, p. 32-34.

[ 56 ] José C. Valadés, Maximiliano y Carlota en México. Historia del Segundo Imperio, México, Diana, 1977, p. 272.

[ 57 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 90.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), Ricardo Sánchez Flores (editor asociado), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 14, 1991, p. 67-87.

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